La revista Science recoge un estudio sobre ADN antiguo de cazadores recolectores de la península Ibérica, en el que participa Vanesa Villalba (PPVE)

Un equipo internacional de investigadores ha analizado el ADN de 271 individuos que vivieron en la Península Ibérica, algunos hace más de 12.000 años, y ha publicado los resultados de sus investigaciones en sendos artículos de las revistas ‘Current Biology’ y ‘Science’. El primero de los trabajos se centra en poblaciones de cazadores-recolectores y agricultores que vivieron en la Península Ibérica hace entre 6.000 y 13.000 años; y el segundo se ocupa de individuos que habitaron el mismo espacio en los últimos 8.000. El genoma de esos 271 individuos se ha cotejado en sus 1,24 millones de posiciones con el de otros 1.107 antiguos y 2.862 modernos (la muestra más reciente tiene 400 años de antigüedad). En los dos trabajos, complementarios y que han multiplicado exponencialmente el conocimiento genético que se tenía del hombre prehistórico, cuenta con un papel protagonista la investigadora Vanessa Villalba, del grupo Primeros Pobladores Del Valle del Ebro. Esta joven bióloga trabaja en el departamento de Arqueogenética del Instituto Max Planck de Jena (Alemania) junto a Wolfgang Haak.

«Los estudios que se habían realizado hasta ahora señalaban que al final de la Edad de Hielo solo habían sobrevivido dos linajes genéticos en Europa -relata Vanessa Villalba-. Uno, asociado al magdaleniense, del que se han encontrado vestigios en Bélgica, Alemania y España, con el testimonio más antiguo en el ADN de un individuo hallado en la cueva cántabra de El Mirón; y otro, relacionado con el epigravetiense, cuyos restos más antiguos se han encontrado en Riparo Villabruna, Italia. Curiosamente, después de un periodo de mejora climática hace unos 14.000 años, solo se había constatado hasta ahora la presencia de un único linaje genético, el del individuo de Villabruna».

Es decir, que hubo un momento histórico en el que uno de los linajes se impuso al otro. Pero la Península Ibérica es un caso aparte. Se sabía que durante la Edad de Hielo, por su temperatura relativamente templada y su ubicación, fue el último ‘refugio’ de algunas especies vegetales y animales. Aquí se ha encontrado una mayor variedad de flora y fauna que en el resto de Europa. Y ha sido ahora, al estudiar el genoma prehistórico, cuando ha saltado la sorpresa. Vanessa Villalba se ocupó de trabajar con el material genético de 11 individuos cazadores-recolectores del Neolítico cuyos restos habían sido hallados en la Península Ibérica. Y sus resultados han sido un ‘bombazo’ científico.

Chaves boca buena
Entrada a la cueva de Chaves (Bastarás, Huesca). Se ha estudiado el ADN de restos humanos hallados en su interiorPilar Utrilla/Universidad de Zaragoza

«Cuando estudiamos las afinidades genéticas de los cazadores recolectores de Europa nos dimos cuenta que los linajes que se conocían previamente confluían en los cazadores recolectores de la Península Ibérica. Esto quiere decir que ambos linajes ancestrales sobrevivieron mezclados el uno con el otro. Desconocemos cuándo se produjo esta mezcla, pero debió ser poco después del Máximo Glacial, ya que el individuo de El Mirón, de unos 18.000 años de antigüedad, ya contiene ambos componentes, y el individuo encontrado en la cueva leridana de Balma Guilanyà, de unos 12.000, es una mezcla de ambos».

 Pero Vanessa Villalba ha podido encontrar también ambos linajes paleolíticos en los primeros individuos neolíticos que llegaron a la Península Ibérica hace unos 7.500 años. «Estos individuos portaban una composición genética completamente diferente y relacionada directamente con Oriente Próximo, y el hecho de encontrar un rastro de estos dos linajes de cazadores recolectores nos indica que ambos grupos se habrían hibridado dentro de la Península», añade.

El trabajo de Vanessa Villalba y del Instituto Max Planck, publicado en ‘Current Biology’, se complementa con un estudio más amplio (publicado en ‘Science’) en el que han participado, también, el Instituto de Biología Evolutiva (CSIC y Universidad Pompeu y Fabra) y la Universidad de Harvard, entre otras instituciones. La investigación ha sido financiada por La Caixa, Feder-Mineco, el National Institute of Health, la Paul G. Allen Family Foundation y el Howard Hughes Medical Institute.